Sin artistas no hay cultura, y no puede haber artistas si no se dan las condiciones para la creación. ¿Es posible crear sin un horizonte de futuro? ¿Se pueden dedicar días, años, la vida entera, al arte y la cultura sin más recompensa que la satisfacción creadora? Los artistas, los creadores, son, en definitiva, trabajadores. Quizás no escriban informes pero sí ponen palabras a nuestra imaginación, quizás no ensamblan piezas en una cadena de montaje, pero sí escenarios teatrales, quizás no atienden al público tras un mostrador, pero sí le abren la puerta a viajar por lugares ignotos. Ese reconocimiento de los creadores de la cultura como trabajadores ha sido el paso esencial de uno de los grandes avances del Gobierno progresista: un conjunto de medidas destinadas a garantizar una vida digna de aquellos que se dedican a la creación, a la cultura y el arte, en cualquiera de sus formas. Un avance que arrancó el 6 de septiembre de 2018 cuando el Congreso de los Diputados aprobó por excepcional unanimidad un conjunto de recomendaciones, en forma de reformas legislativas, emplazando a su desarrollo e implementación. Es el Estatuto del Artista.